Los acontecimientos del 4 de octubre de 2012, cuando el
ejército de Guatemala abrió fuego contra manifestantes k’ich’es de Totonicapán,
pone de nuevo en el tapete la discusión sobre el país que hemos construido en
nuestra imaginación, en realidad no es uno solo, sino al menos, dos. El
problema es que ha predominado el país imaginado por la oligarquía cuyo centro
de poder se estableció en la ciudad capital. Más aún, el problema es que, al
concentrar todo el poder, este grupo ha logrado imponer (no por la fuerza) su
visión de país:
Etnocéntrico,
donde existen los pueblos indígenas en función de satisfacer las necesidades de
este grupo de poder metropolitano: son los campesinos que proveen a las amas de
casa de frutas, verduras, granos básicos… Además, son los socios (en
desventaja) para que los grandes empresarios hagan negocios exportando su
producción. Son parte del paisaje turístico para generar divisas. Son objetos
de folclor para representaciones de los niños y niñas que estudian en los
colegios capitalinos en fechas especiales como la independencia. Especialmente,
en este año, son objeto de atracción de capital al apoderarse de la fecha del
cambio de era de la cultura Maya y tomarla como una fecha importante para los
mestizos de la oligarquía que ahora sí se sienten guatemaltecos y mayas.
En este marco etnocéntrico, también son considerados como la
masa electoral a la que hay que acudir cada cuatro años o antes, a conquistar
con promesas baratas para lograr conservar el poder desde el montaje de
democracia que mantienen el Tribunal Supremo Electoral y los partidos políticos
tradicionales.
En función del capital,
dado que la única razón de ser y de vivir, la razón del éxito, es la
acumulación de capital. Para ello, un país ideal para este grupo es el que cree
en que no deben existir escrúpulos a la hora de acumular riqueza, quien se
oponga a ello, será llamado “atrasado”. Así, desde la capital se decide con las
grandes compañías extranjeras la extracción de los recursos naturales de las
comunidades del resto del país, en complicidad con los ministerios y
secretarías de gobierno a cargo de garantizar un medio ambiente saludable y
seguro. No cabe en la imaginación de este grupo, que existan personas que
quieran defender su territorio.
En función del capital también se concibe al resto de
pobladores del país: son consumidores potenciales y si no cuentan con el dinero
necesario, pues serán proveedores de mano de obra barata, sin salario mínimo,
prestaciones sociales… Para eso, este grupo se ha inventado la Responsabilidad
Social Empresarial (RSE), para dar una cara amable a la opinión pública aunque
no cumpla con sus compromisos laborales básicos.
Egocéntrico, en el
sentido de concebir que basta con lo poco que se paga de impuestos, apelando a
que todos los bienes y servicios deberían estar regulados por el supuesto
“libre mercado”, para lo cual, es necesario reducir la inversión social en educación, salud o
combate a la pobreza y extrema pobreza. Es mejor invertir en infraestructura
que sirva para mejorar los procesos de comercialización de sus productos. La
idea es que todos paguen igual sus impuestos, no que el que tiene más pague
más…
El egocentrismo del grupo oligarca, también se manifiesta en
concebir al resto de habitantes del país, de preferencia aquellos que sufren la
pobreza, como sus objetos de caridad o RSE, al final… ¿cuál sería la
diferencia? Así, en vez de atacar las causas de los problemas que originan la
pobreza, arman campañas donde llevan a sus militantes (los demás capitalinos o
quienes se identifican con ellos) a visitar familias pobres y darle algo, una
bolsa de comida, algunas herramientas, etc. Eso sí, publicitándolo por todos
los medios posibles, que finalmente, también están en manos de ellos.
Centrado en el
monólogo, a propósito de los “medios” de difusión masiva, dado que se ha
asegurado que sólo existan visiones unilaterales, al menos para los capitalinos
que viven su propia realidad construida por los noticieros de las grandes
cadenas radiales, del monopolio televisivo, de las empresas periodísticas
patrocinadas por esta misma iniciativa privada. Esto lleva a un monólogo, sin
saber siquiera que existan “otros pensamientos”, “otras visiones”… “otros
ciudadanos”.
¿Y del otro lado? ¿Qué
hay?
Del otro lado está el resto del país, la gran mayoría, la
que no vive en el sueño metropolitano de creer ciegamente ese país
etnocéntrico, egocéntrico, construido en función del capital y centrado en el
monólogo:
Pueblos que quieren
ser protagonistas de su propia plenitud de vida (o buen vivir), que siguen
las enseñanzas de los abuelos y las abuelas en cuanto a sus normas de
convivencia, gestión del “desarrollo”, reconocimiento de la autoridad, defensa
del territorio y de la madre tierra, dispuestos a luchar por reivindicar ser
reconocidos como ciudadanos y ciudadanas de igual categoría que los que viven
en la capital.
Solidaridad,
demostrada con las expresiones del resto de autoridades y pueblos indígenas del
país hacia los 48 Cantones de Totonicapán por la agresión sufrida por el
gobierno central. Solidaridad que existe también en el ámbito comunitario entre
vecinos y familias.
Otra Guatemala que no le apuesta a que “vivir bien” es
“tener mucho” o acumular capital a costa de cualquier cosa. A esos ciudadanos y
ciudadanas que les basta con producir sus alimentos, pero de manera suficiente,
y satisfacer las necesidades básicas de la familia.
Y sin embargo, este
otro país, es invisibilizado desde la capital…
Cualquier intento por hacerse visibles, se convierte en algo
inaceptable para el grupo de poder capitalino y sus aliados -que no pertenecen
a este grupo pero que han sido permeados por el pensamientos etnocéntrico y
egocéntrico que emana desde ahí-. Así, la mayoría repite los argumentos que
crean los grupos de poder: se trata de indígenas manipulados, gente que no
respeta la ley, gente violenta “capaz de linchar” a las fuerzas represoras del
Estado… Es imposible para estas personas imaginra la otra Guatemala, la de los
Otros y las Otras, la de esa mayoría que no vive en la capital…