jueves, agosto 21, 2008

Laicismo en el sistema político guatemalteco

por Cristian Ozaeta

Si bien los regímenes de tinte liberal -o autodenominados con ese ideario - que tuvimos (sufrimos) en Guatemala desde el Siglo XIX, fueron los causantes de muchos de nuestros males al día de hoy (monocultivos, expropiación de la tierra comunal e indígena, explotación laboral por bajo o nulo salario, garantía de mano de obra obligada y/o barata, creación de ciudadanías de segunda y tercera categoría, entreguismo al capital foráneo y constitución de las élites económicas, estalización del racismo, etc.); también es de reconocérseles un avance que respondía a lo más avanzado de su época en materia de las ideas más progresistas e influidas del verdadero sentido liberal filosófico, como lo es la estipulación del laicismo en el país, aparte el Estado, aparte las religiones.

Al día de hoy tenemos un Congreso de la República cuyas sesiones (regularmente y dependiendo de la junta directiva de turno) inicia con una oración y bajo un letrero en lo alto del hemiciclo que reza la palabra “Dios” junto a la de “Patria”. Tenemos una democracia que cada cuatro años cuando gana el caballo mejor punteado, asiste o se le ofrece una misa en “Te Deum”. Ahora hubo uno a quien se le ofreció una ceremonia maya en su honor. Al presidente anterior y alcalde actual, se les ofrecieron grandes celebraciones evangélicas en sendos templos de concreto. El candidato oficial de las pasadas elecciones anunciaba proféticamente con su dedo alzado, cual báculo, sus lapidarias palabras “Dios… bendiga a Guatemala”. Actualmente el aspecto religioso es una oferta política, lo fue para Colom ser identificado como “sacerdote maya” y lo será para Harold Caballeros en las próximas elecciones, ser un líder evangélico.

¿Y la separación del Estado y la Religión?

El tema no sólo es interesante de discutir, además es muy necesario. La defensa inquebrantable de la condición laica elemental del sistema político guatemalteco, no viene esgrimida por ninguna de sus instituciones o pilares que serían las llamadas por naturaleza y obligación a hacerlo, viene más bien, exógenamente desde la lucha feminista por la no legislación sobre el cuerpo de las mujeres.

La discusión no es, o no debería ser únicamente, sobre la firma o no en el Congreso por parte de los diputados, del llamado “Libro de la Vida”, que es una especie de movimiento moralista religioso que se opone a la legalización del aborto. El debate debería trascender hacia el regreso del Estado laico, tal y como está concebido.

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